Como Edith Piaf!

Nueva conclusión: Qué linda que es Edith Piaf cuando canta. ¿La escucharon?

Muchos podrán preguntarse qué demonios tiene que ver esta conclusión con cumplir 28 años de edad, pues mucho (en mi vida). Porque no sé si sabían, pero yo en el fondo soy una cantante francesa de los años '40. Supongo que lo habrán notado.

De hecho, canto una maravillosa versión de "La vie en rose" con una expresión triste y un vestido negro. A veces me afeito para interpretarla y queda menos chocante.

Los invito a todos a reconocer su verdadero yo interno, como me pasó a mí. Fue algo espontáneo, permítanme que les cuente cómo sucedió todo:

Estaba yo un día mirando la luna desde mi pequeño balcón y un murciélago pasó cerca de mi cabeza y me pegué el jabón de mi vida. Salté a un lado y dije con voz de señorita "Mon Dieu! Quel salvon!", apoyándome una mano en el pecho y el dorso de la otra en la frente.

Y lo supe. Tenía en mí algo de cantante francesa.

Lo conversé con mi padre, para llegar a conclusiones más precisas.

- Ministro: Papá, estoy pensando en dejar abogacía y cantar boleros.

- Papá: Boleros.

- Ministro: Sí Papá, boleros.

- Papá: Vas a dejar abogacía... y cantar bol-

- Ministro: Boleros.

- Papá: No era lo que iba a decir. Iba a decir "... y cantar, boludo?"

- Ministro: Ah, pensé que ibas a decir "boleros".

- Papá: No. Dejá de decir "boleros", por favor.

- Ministro: Creo que es mi destino.

- Papá: Yo también pensé en una época que era el mío...

Corría el año 1962 cuando el papá del Ministro vio subir al escenario del colegio a una señorita con ojos grandes, boca pequeña pero de labios rojos y el pelo castaño. Caminaba como si fuera cuesta abajo, inclinada hacia atrás y con sus manos sujetando barandas imaginarias (como Betty Boop). Y él lo supo. El reloj en su pulsera se detuvo (porque era viejo y no tenía más pila) y su mirada quedó fija en ella. No quería perderse un movimiento, un gesto ni una onomatopeya que saliera de su boca. Su panza comenzó a rugir y sus orejas a aletear como las de Dumbo. Se erizaron 23 pelos de su nuca y se quedó sonriendo como cuando se le cae un piano en la cabeza a un dibujo animado.

Volvió a su casa corriendo, con sus zapatos de charol y su uniforme de colegio primario que lo hacía verse como un Boy Scout con capacidades limitadas. Las medias estiradas hasta las rodillas y los shorts 20 cms por encima del ombligo. La naturaleza había querido que se le cayeran 3 dientes al mismo tiempo (dos de arriba y uno de abajo), que lo obligaban a silbar cada vez que hablaba y verse como si se hubiera tragado un poste cuando sonreía.

Pateó la puerta para entrar a su casa y corrió a espaldas de su madre que preparaba unos bocadillos antes del almuerzo. Subió de dos en dos las escaleras hasta su cuarto y revoleó sus zapatitos de charol contra una pared. Abrió la ventana de par en par y con su voz de coro de Viena cantó (aferrado del marco de la ventana y con una amplia sonrisa desdentada), silbando en cada estrofa e inflando mucho su pecho: "Fésame... fésame fúuuchoooo. Cómo fí fuera efta noche la última feeeeezz!!!"

Su padre aulló desde la cochera "Quién es ese rufián?!"

- PAPÁ! Quiero cantar para vivir!! Y vivir para cantar!!!

- Patada en el orto! (gritó su padre sin quitar la mirada del diario)

- Bueno.

Mi papá posó su mano en mi hombro y me dijo "Mi papá me apoyó, como yo hoy te voy a apoyar a vos. Si cantar es tu vida, quiero que lo hagas."

"Gracias Pá, qué grande el abuelo. Yo quiero cantar como Edith Piaf!"

"Patada en el orto", respondió mi padre sin dejar de sonreír.

"Bueno", dije yo.

Pienso repetir esta vivencia con mi primogénito cuando me tire algo del estilo.