Trapeando el viernes away

Para aquellos que ocasionalmente disfrutan de mis vivencias laborales, pues here we go again.

Una nueva historia de los "4k" (como nos llama mi gerente a mí y mis tres compañeros -Maxi, Mati y Kike- que formamos los mandos medios del sector, de ahí "4 ka-bezas").

El viernes... no. LOS viernes, normalmente después de las 4 p.m. es cuando más se nos suelta la cadena y empezamos a perder la cordura.

Ayer pasó lo siguiente:

Estando yo sentado en mi escritorio, absorto mirando mi pantalla con el cerebro tomando un café en algún barcito de Palermo, se apareció repentinamente la cabeza sonriente de Kike. Eso nunca puede ser bueno. Porque es normal que Kike venga dos o tres veces por día a mi box a pegarme. Sólo eso. Viene sonriendo, se me acerca, aprieta los puños y con cara de estar haciendo fuerza me tiene en vilo por 3 segundos (mientras lo miro horrorizado). Finalmente me pega. A veces bastante fuerte, debo agregar.

Ayer apareció sonriendo su enorme cabeza y seguido su cuerpo... y mano de la que colgaba una rejilla mojada. "No", le dije. "Me pegás con eso y te juro que te meto un palo en el orto".

Kike se acercó riendo estúpidamente, me paré para hacerle frente y como un látigo sin control descargó un rejillazo sobre mi pierna izquierda. Sentí al segundo cómo me empezaba a quemar y arder. Mientras huía riendo me escuchó gritar "Te voy a violar bucalmente, hijo de puta..!!" (Mati y Maxi reían de fondo).

Déjenme que los ambiente.

Mati, Maxi, Kike y yo estamos los 4 sólos en el piso de arriba. Sólos. Tenemos una cocina, un baño, un archivo y nuestros 4 box uno al lado del otro. Sólos, repito.

Yo creo que nunca deberían dejar que cuatro personas con serios problemas mentales queden sólos en un piso a parte, sin vigilancia permanente.

Durante todo el día, Kike y Mati se habían divertido apagándome la computadora cuando me iba y dejaba algo a medio hacer; dándome vuelta el escritorio y tirándome papeles mojados con agua ("pañalalitos", les llamamos nosotros).

Por eso, cuando bajé al subsuelo corriendo a buscar una rejilla mojada (pasando por delante del gerente, despeinado y con la camisa afuera), fue con el objetivo de darle a ambos.

Volví agitando mi rejilla sonriente y fui hacia Matías. Expliqué que el castigo sería en orden alfabético de apellidos y Mati era el primero. Igual, recordemos que "Mati", mide 5 metros y pesa 300 kgs. Está entrenado en infantería militar (en serio) y es más bruto que un elefante adolescente. Por lo cual, el ataque debía ser preciso. Infalible. Rápido. Sagaz. Como un ninja.

Me acerqué a él lentamente mientras me miraba sentado con cara de CEROAMIGOS y yo riendo nerviosamente le dije "ca-cagaste... m-m-mati.. jejeje". A pesar de tenerle más miedo que a la nena de "La llamada", me acerqué confiado. Seguro de mi mismo.

Mati se paró, yo alargué el brazo para asesinarlo de un latigazo rejillal y para mi HORROR, Matias me agarró la rejilla y me la sacó de las manos.

Una pausa.

Después de la última persecución que les relaté el viernes pasado, ÉSTA fue la vez que más asustado estuve en mi vida. La sombra de Matías me cubría por completo, mientras se erguía haciendo girar la rejilla y riendo como cuando se ríe una montaña. Tuve que acudir a mi momento de racionalidad y gritar como una nena mientras corría hacia las escaleras.

En tres pasos exactos Matías me alcanzó y mientras descendía los primeros escalones me castigó el lomo con un fuerte rejillazo en la espalda, que de su violencia y dureza me tiró al piso sollozando.

"Voy a matarlos a todos", quise decir. Pero estoy seguro que se escuchó "aaaiaaaa..."

Bajé nuevamente corriendo y de fondo escuché a una compañera decir "Qué están haciendo ahora". Yo tenía tres líneas de agua entre pantalones y camisa, producto de latigazos sufridos.

Esta vez me sentí como Bruce Willis en "Pulp Fiction" eligiendo un arma. Me decidí por un trapo de piso destruido y sucio. Sería perfecto para atacar de lejos. Y subí las escaleras de dos en dos mientras escuchaba como todos reían arriba, fanfarrones por haberme castigado.

Primero fui hacia Kike, quien enseguida se paró con su inocente rejillita. Miró asustado el trapo colgando de mi mano y mi cara desencajada de fría venganza. En vano trato de tirar dos o tres latigazos a mi persona. Pero yo, ágil como felino me moví en zig-zag y le asesté tres certeros golpes (todos en el torso). Rápidamente lo puse fuera de acción y corrí hacia el jefe del jueguito: Mati. Quien me esperaba inclinado hacia adelante. De una mano colgaba su rejilla y con la otra me invitaba a acercarme y comerla como nunca.

Debo admitir que aún yo teniendo un trapo más extenso, en un cuerpo a cuerpo con semejante oso entrenado, no fue un combate fácil. De hecho el primer golpe fue suyo. Me la dio con la potencia de una turbina en mi cadera. Y como efecto ametralladora tiró otro a mi cara (que me rozó la mejilla). Me asusté y casi canto pausa, pero hubiera sido inútil.

Batí mi trapo de piso a mis espaldas mientras detenía a Mati con mi izquierda abierta hacia él y en su siguiente embestida me moví hacia atrás para esquivar un tiro y volví con toda la fuerza que podía cargar mi cuerpo. Si no fuera nerd, diría que sume "Ki" al nivel de un Super Sayayin. Y me abalancé hacia él con un fuerte latigazo a su torso.

PAAFF, se escuchó en todo el piso.

Mati sonrió. Se miró la camisa cruzada de agua por el latigazo y me dijo "ya está?" - "Sí, ya está" dije yo jadeante. "Estamos a mano." Y volví a mi box.

Cerramos todos nuestras sesiones. Nos dimos abrazos y besos y Matías y yo volvimos juntos en el tren hablando de perros y de política.

Si sumamos 10 personas que lo pidan, les pongo una foto de nosotros 4.